lunes, 10 de agosto de 2009

Las lamentaciones de un taxista


Toño Aguilar.

Comitán, Chis.-
Eran como las 12 del medio día, el punto en el que el tráfico en las primeras calles del centro de la ciudad están saturadas, aún así, espero un taxi para que nos lleve, a un amigo y a mí, al poniente de la ciudad, porque estamos en el oriente y es necesarios tomar uno.

“Ya viene uno y viene vacio, que bueno”, le dije al amigo que me acompañaba, que además es un taxista de la ciudad de Tuxtla Guitiérrez…”buenos días, nos lleva a Bosques de Comitán por favor”, -si claro-.

Mi mirada parecía ser una especie de escáner, porque comencé a ver todo lo que adornaba el tablero del taxi, pero lo que no pude evitar ver y por todo el camino, era un delfín que iba colgado en el retrovisor, porque se movía a cada rato.

-¿Y qué, cómo está el trabajo?-, le pregunte al taxista que desde que lo vi se me hiso conocido, “pues hay va más o menos, ayer se puso un poco bueno, para hay que buscarle, no queda de otra”, me contesto.

-¿Pero si te resulta trabajar en esto?-, insistí, “pos ya no mucho, más ahora con los nuevo taxis ya casi no; ya no resulta ni como patrón, ni como chofer, porque ahora nos piden 160 peso de cuanta por turno, imagínate, ganar 300 pesos diarios como dueño ya no resulta, ahora ¿qué será de nosotros como choferes?, no, esto ya no es negocio”, alegó.

-¿Y no saliste beneficiado en las nuevas concesiones?- “¡aún no me la han entregado!, pero estamos pensando a ver si lo tomamos, porque como te decía, ya la cuanta que se entrega no resulta y luego tenemos que sacar un carro nuevo y estar pagando tanto, no sabemos bien que va a pasar”, aseguró el taxista que tenía unos 28 años de edad.

De repente me acorde de la persona que venía con migo, y sonriendo lo voltee a ver; “ya me había olvidado de ti”, -no te preocupes, vengo observando el camino pa` no perderme”, me contesto con la misma sonrisa que yo le lance al verlo.

¡Hora pues apúrate compa que no tengo tu tiempo!, dijo en voz baja el taxista al conductor den enfrente. Y como lo dije en el principio; por la hora, se esperaba que el tráfico en el centro de la ciudad estuviera en su apogeo, y no nos quedaba de otra, para poder llegar a nuestro destino teníamos que pasar por ahí.

Luego ya no avanzamos más, unos minutos de silencio imperaron dentro del taxi, solo el delfín del retrovisor parecía estar contento con su vaivén; “están regresando esos taxis, ¿qué habrá?”, pregunte asombrado.

-Es una marcha de la OCEZ que va en la otra calle-, me respondió el taxista al mismo tiempo que tomó el micrófono de su radio comunicador y dijo, “ahí para toda la colegancia, la marcha va por Tortas Micky, van pal corazón de la ciudad, pa`que no entren al corazón por el momento”, -“gracias compañero”- le respondieron.

Solo unos minutos pasaron y por fin el taxista logró meter la tercera velocidad y con ello la velocidad aumentó, mientras que el aire se logró penetrar por las ventanas para refrescarnos un poco; el tráfico nos había hecho sudar.

“Ese taxi de Tuxtla nos venía siguiendo, ¿viene con ustedes?”, -¡ha sí!-, respondimos casi al mismo tiempo mi compañero y yo, -“pero viene muy penco”- reprochó el taxista mientras veía en su retrovisor.

Media hora después de haber abordado el taxi, llegamos a nuestro destino, -“hasta aquí compadrito, pa` no entrar a la terracería”, -sí, no te preocupes, ¿cuánto es?, le pregunté, -son 20 pa` los cuates-, “sale gracias, que te vaya bien”.

Una estiradita aliviaba el dolor de espalda y cintura que nos causo el viaje, “que solo fue de media hora”.

Nuestros asuntos en el poniente de la ciudad no duraron más de dos horas, pero tardamos más de 30 minutos en tomar de nuevo un taxi para ir de regreso a la casa.

En dos ocasiones nos ganaron el taxi, varias personas esperaban también abordar uno para salir de ese lugar tan demandado para los taxistas.

Por fin llego uno, pero este, no tenía el tablero tan adornado como el que nos había llevado, “buenas tardes, a la segunda oriente por favor”, -sí como no-.

Parecía que nadie quería decir nada, solo una cumbia sonaba en las bocinas del taxi, las gafas oscuras del taxistas completaban el sigiloso viaje de regreso.

Varias cuadras adelante, mi compañero decidió romper el hielo y cuestionó, -¿y cómo está el negocio jefe?-, “pos bajón, ayer estuvo un poco bueno, a ver cómo nos va hoy”, dijo, como si se hubiera puesto de acuerdo con el taxista del medio día.

De repente, las gafas completamente polarizadas del taxista parecían haberse puesto claras cuando vio la parte baja de la espalda de una mujer que caminaba por la banqueta, el conductor solo toco levemente el clacson de su carro para que la mujer volteara y lo logró, pero la velocidad en la que íbamos no le permitió ver más de lo que ya había visto.

“Fíjese que yo también soy taxista en Tuxtla, pero a ya, es muy pelado el taxi, ¡haay! si viera y luego hay muchos, ya no es negocio”, comentó mi amigo, en tanto que el taxista todavía parecía estar pensando en la mujer que paso.

“Pos es igual aquí, acaban de entrara como 200 taxis nuevos, imagínense, como va a ser negocio así, si por ejemplo, sacamos un carro nuevo, en unos tres años lo terminamos de pagar y en tres años salen más taxis, ya no combine tampoco”, lamentó el taxista.

“Y luego imagínese, la semana pasado asaltaron a dos compañeros, a uno de ellos si le quitaron toda su cuenta, mientras que el otro, con la ayuda de otro compañero logró detener a sus asaltantes, pero lo golpearon en la cabeza con la cacha de una pistola, aparte de que no se gana bien, todavía estamos inseguros”, relato el taxista.

-Pero no crea, en Tuxtla es igual, a ya también entraron nuevas concesiones y esto se va aponer peor de lo que ya esta, yo tengo el taxi, pero a mí me gusta ser consciente, no abuso en el cobro, para que la gente se sienta segura de que abordar mi taxi, es seguro”, respondió mi amigo que parecía haber conocido al taxista desde hace mucho tiempo.

Por un momento me sentí como el delfín del primer taxi, solo observando lo que pasaba ahí dentro y sin decir nada, disfrutando de las vueltas a la izquierda y a la derecha que daba el taxista un tanto brusco.

De repente, la mirada del taxista penetró sus gafas oscuras hacia mí y me dijo: “¿tu trabajas con don Julio verdad?”, yo sorprendido porque durante casi todo el camino no me habían incluido en la plática respondí que no.

¿Dónde trabajas pues?, insistió el taxista, -soy reportero- respondí aún sorprendido, “haaa, entonces me confundí”, me dijo mientras detenía su marcha porque ya habíamos llegado a nuestro destino final.

Un día viajando en taxi podría ser común para muchas personas, pero en estos dos viajes que yo di, las lamentaciones de los taxistas fueron las mismas, “ya no es negocios ser taxista, ni como dueño, ni como chofer”, “el riesgo es mucho para lo que se gana”.

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